sábado, 16 de noviembre de 2013

La Noche en que Probó el Lsd



Salimos de mi casa el sábado, por ahí a las seis de la tarde, dijo el muchacho de diecisiete años de apariencia normal ante mi grabadora mientras hacíamos esta entrevista terapéutica y pedagógica, en la que, como es comprensible, me comprometí a no divulgar su identidad. Yo iba con dos compañeros, uno de ellos también había comprado trip, que es LSD, y nos lo metimos al mismo tiempo, en el ascensor de mi edificio, saliendo a la calle. Entonces cogimos el bus, para ir a la fiesta, y antes de subirnos, ya se me dormía la lengua y comencé a sentirme raro, pero nada extraordinario. Como a la mitad del camino empecé a ver las cosas raras, pero me sentía bien, me daba mucha risa por todo. Cuando nos bajamos, caminamos para la casa de la niña de la fiesta, y ahí ya me sentí raro. Le dije a mis amigos: "parce, me siento mal, llévenme para la casa". Me contestaron: "no, fresco, vamos es de farra". "Ah, bueno, tranquilos", respondí. Cambiaba muy rápido de estado de ánimo, y veía las cosas distorsionadas, como en ondas, algunas salían y otras se metían, todo se movía. Me acuerdo que les decía: "¿¡parce, nos perdimos!? Hasta que por fin nos acordamos a dónde era la fiesta, y ya de ahí en adelante no me acuerdo de más. Me desperté al día siguiente, el domingo, en el hospital, estaba con mi papá y mi mamá, entonces les pregunté, "¿por qué estoy aquí?", y me dijeron que unos amigos míos los habían llamado porque yo estaba actuando muy raro. En realidad estuvimos en la clínica desde sábado a las ocho de la noche hasta el domingo a la una de la tarde, y después me fui para la casa. Me sentía cansado, sin ánimo, mareado, pero ya no tenía los efectos del principio, y me ardía orinar porque me pusieron una sonda y un suero.
Mi papá y mi mamá llamaron a mis amigos, querían que les contaran qué había pasado. Y después, cuando yo hablé con mis amigos, se reían, y me decían: "pero cómo no se va a acordar si usted estaba reloco, cuando llegamos a la fiesta, la niña nos abrió, y cuando entramos usted empezó a gritar, entonces ella se dio cuenta que usted no estaba bien, y nos tocó decirle que se había drogado". También me dijeron que me puse mal: les pegaba, les pedía ayuda, me cogían, pero me movía mucho, y me empujaban. Hasta que nos vio un vecino, y dijo: "voy a llamar a la policía, no le peguen más a ese muchacho". Cuando llegaron, yo estaba botado en el piso, me había quitado la ropa, seguía gritando cosas sin sentido, decía que me llevaran a la casa, que no me sentía bien, y mis amigos me calmaban. Entonces la policía me dijo que me vistiera. Yo les contesté que no, que era libre de estar sin ropa, que era mi vida, mi cuerpo, que solo me mandaban mis papás. Me dijeron que no podían hacerme nada porque era menor de edad, pero que tenía que llamar a mis papás. Así fue que supieron. Después mi mamá me llamó por el celular y yo le dije: "ayúdame, ayúdame, vamos para una fiesta y no sé a dónde estoy, tengo miedo". Pero después se me perdió el teléfono. Y ella me llamaba, y me llamaba. Hasta que llegó mi papá y mi hermano, venían en el carro, y mis amigos me ayudaron a subir, después se fueron para otra fiesta que tenían. Mi papá dice que yo estaba agresivo, le hice un rasguño en la cara y lo insultaba, a él y a mi hermano. Pero yo no me acuerdo de nada eso. Mi papá, llamó a mi mamá a decirle que íbamos para el hospital. Cuando llegamos, como estaba agresivo, tuvieron que amarrarme a la camilla, seguía gritando cosas sin sentido, hasta que me pusieron el suero y me quedé dormido. Cuando me desperté, el domingo por la mañana, hablé con mis papás, me preguntaron qué había pasado. Y llegó la policía. Me hicieron una entrevista, ahí. Me preguntaron qué había consumido, a dónde lo había comprado, qué cantidad. Les dije que un cartoncito de LSD, que me lo había dado un amigo, y listo. Entonces el policía habló con mi mamá, le preguntó por mi colegio, si tenía problemas de droga y de trago. Mi mamá le dijo, "no, es la primera vez que ha pasado algo así". Y sí, era la primera vez que yo consumía.
Cuando llegué a mi casa, mis papás y mis hermanos me hablaron. Me preguntaron por qué había hecho eso; que eso no estaba bien. Estaban muy tristes. Ellos me habían hablado siempre, y me preguntaron que cómo se me ocurría hacer una cosa de esas. ¿A dónde había quedado todo lo que me habían enseñado? Estaban decepcionados.
Más tarde salí con mi novia. Me sentía mal todavía. Fuimos a cine, y me quedé dormido. Después volví a la casa, tenía mareo, estaba muy cansado y me acosté a dormir. El lunes llegué al colegio, todavía me sentía mal, estaba hiperactivo, no me podía estar quieto. Comía una cucharada y me paraba, caminaba por toda la cocina, y me comía otra. Cuando me encontré con mis amigos, en el descanso, empezamos a hablar sobre lo que había pasado. Nos reíamos porque me había dado garra. Decían que los cogía, y ellos me gritaban: "¡ya, ya, aquí estamos!". Entonces caminábamos cuatro pasos y yo empezaba a buscarlos otra vez.  Ese fue el tema del descanso, nosotros siempre nos sentamos a hablar, y ese fue el de ese día. Y ya el martes me sentí normal. Pero ahora estoy castigado, no puedo salir de la casa; solo puedo venir aquí, a su consultorio.
Cuéntame que sucedió desde el principio, quise saber, ¿cómo se fueron dando las cosas, cómo compraste el Lsd?
El año pasado perdí el año y llegué a este colegio. Entonces, pues, bueno, llegué, y empecé a hacerme amigo de un grupo, y pues, normal, bien, siempre la pasamos bien, y todo. Y, pues, uno de esos amigos vende drogas, más que todo trip. Mis amigos lo compraban, y decían que uno pasa muy bien con eso, que es chévere. De todo el colegio le compraban, más o menos de octavo para arriba. Y como íbamos a ir a una fiesta ese sábado. Pues me dio como por probarlo. Entonces le dije: "bueno, listo". Y le compré uno.
¿Y has usado otras drogas, incluyendo el cigarrillo y el trago?
Sí, cigarrillo y trago, no lo hago constantemente, pero sí lo he hecho. A veces tomo poco, a veces, mucho, pero no soy de tomar demasiado. Creo que los probé como a los catorce años.
De tu curso, ¿cuánta gente toma, fuma y usa trip?
De los hombres, casi todos han usado trip, trago y cigarrillo, digamos siete de diez. Pero nunca he visto a una niña que use trip, solo fuman y toman, por ahí seis de diez.
¿Y qué otras drogas se pueden conseguir en tu colegio?
Écstasis y marihuana, que toca encargarlas; en cambio él siempre tiene trip entre la maleta.
¿Y cuánto te costó?
Veinte mil pesos.
¿Y cómo es, hay varias tarifas, cómo es eso?
Hay unos más baratos que otros, depende del efecto. Es un cartoncito que trae como unas gotas y depende de la cantidad que tenga. Digamos unos tienen en un lado del cartoncito, otros por los dos, esos ya son más fuertes. El mío solo traía por un lado, pero era muy fuerte. Hay de diez mil, de quince mil, y hay unos mucho más caros. Yo compré el mío el miércoles, y la fiesta era el sábado, entonces lo tuve en mi maleta durante toda la semana, para no dejarlo en la casa, por si algo.
Y cuéntame de tu familia.
Somos: mi papá, mi mamá y dos hermanos mayores. Hablo poco con el mayor, pero ese día fue él el que más me habló. Somos unidos, vivimos bien. Mi papá tomó y fumó, pero ya los dejó, es muy raro verlo en esas. El mayor también es juicioso. Pero el mediano tomó mucho hasta que cumplió los veinte, ahí se calmó. Mi mamá no toma ni fuma. Y yo, soy el menor.
A juzgar por tus amigos, por lo que ves, ¿dirías que hay factores de riesgo? Digamos que los hijos usan trip si los padres se han separado, o si los padres dan mal ejemplo. ¿Se da más en hogares anormales que en los normales? O piensas que es algo personal, y que cada muchacho escoge. ¿Qué dirías?
Desde mi punto de vista, no tiene que ver con lo familiar. Yo creo que sí hay gente a la que no le ponen atención, y la dejan sola. Yo, la verdad, vivo bien, vivo feliz, y, pues, hice eso. Creo que tiene más que ver con el ambiente en que uno vive. En mi colegio es muy normal ver eso. Hay gente que la consume allá. Usan un trip no tan fuerte, y entran a clase de matemáticas, y a otras clases. Uno los mira, y se ríe, miran al techo, están como dormidos, pero con los ojos abiertos. Claro que también se salen del colegio, por atrás, pasan todo el día por allá, y después regresan al salón a recoger la maleta por la tarde para la casa. La mayoría de mis amigos no son de padres separados, solo uno, y es el que menos lo hace. En cambio otro, que su familia tiene mucha plata, tiene sus papás bien, uno nunca lo ve triste, y es el que más ha comprado. Uno o dos semanales, así sin pensarlo, y se los mete allá en el colegio. Uno se deja llevar, dicen que es chévere, entonces uno termina en eso.
¿Y volviste a usarlo?
No. Pero mis amigos sí. El domingo pasado hubo partido de fútbol, y habíamos quedado de reunirnos para verlo. Yo no podía ir porque estaba castigado, pero ellos sí iban a verlo, a tomarse unas cervezas y a meterse un trip. El que vende también iba a ver el partido, él siempre anda con nosotros, entonces varios le compran. Ahí es donde más vende, cuando nos reunimos. Digamos que vamos al cumpleaños de alguien, él va, vende, y algunos se meten un trip. Es de nuestro grupo, andamos juntos. Digamos un viernes, uno pregunta: "¿bueno, y qué vamos a hacer hoy?". Pues camine y vemos el partido, le contestan, si hay un partido de un equipo importante, y seguro van a eso. Entonces llaman: "¿vemos el partido?", nos tomamos unas cervezas y por la noche nos metemos un trip. O van a una fiesta y allá se lo meten. Ya es muy común eso.
Bueno, y de aquí para adelante, qué, ¿si eso es tan común, cómo vas a manejar la situación, que vas a hacer?
Pues yo seguí normal con ellos. De todas formas yo no lo hago, y ellos no dicen nada. Nosotros nos la pasamos juntos, y hay más gente en mi curso, entonces nos metemos todos con todos, y no todo el mundo lo hace. Digamos, el otro amigo que fue a la fiesta de ese sábado, no lo hace, y él me dice: "uy parce, eso sería bacano, a mi me dan ganas", pero es que no. Mucha gente no lo hace, y normal, ellos no me dicen nada.
¿Y tú por qué lo hiciste?
Yo pienso que por probar. Decían que era muy chévere: "hágale parce, fresco, eso es áspero". Y, yo: "pues listo". Pero yo no lo hice en el colegio, me dio miedo que me pillaran, entonces lo hice afuera. Pero fue más fuerte, y de todas maneras me pillaron. Era uno más caro, como era afuera para ir a una fiesta, me imaginé que la pasaría mejor. De todas maneras, el trip no vuelve adicta a la gente.
Claro que sí, fíjate que conoces gente que lo usa dos y tres veces semanales, y si a ti te duró el efecto más de dos días, uno puede pensar que ellos pasan trabados toda la semana.
Sí, pero es porque ellos quieren. Y si no quieren, no lo hacen. Digamos hay una semana en que no lo hacen, obviamente es rara esa semana, digamos es en la semana de evaluaciones, entonces ellos dicen: "no, yo no me puedo concentrar cuando lo hago". Los días de las evaluaciones no lo hacen, y así pasan la semana, se esperan hasta el viernes. Lo guardan para el fin de semana. Pueden aguantar.
¿Y qué es ser adicto?
No poder controlarlo, tener ganas y necesidad de hacerlo, pero si no lo hace, se desespera, o algo.
Lo que pasa es que eso es parte de las ilusiones que producen las drogas, incluyendo el trago y el cigarrillo: las personas siempre creen que las controlan, pero en realidad, son ellas las que controlan a la gente.
Pues, sí. Allá, entre nosotros, decimos, cuando tocamos el tema, que el trip no es adictivo, que uno lo hace cuando le dan ganas.
Pero esa es la contradicción, le dan ganas precisamente porque se vuelve adicto.
Pues, sí, tal vez.
Entonces, docente y preocupado, le dije: uno está acostumbrado a pensar que la adicción es como la de la gente perdida y abandonada en el Bronx, en Bogotá, pero hay formas mucho más sutiles que no llegan hasta ese extremo, y, en todo caso, también son adicciones. Tener entre la cabeza asociado el viernes con hacer programa y con trip, es adicción.
Pues, sí, tal vez. Como uno está acostumbrado a eso, a que los viernes y los sábados se sale. Ya en nuestro grupo siempre es normal que haya eso, trago, cigarrillo y trip, aun cuando no siempre, a veces vemos un partido, pedimos una pizza, y ya. Pero de todas formas lo normal es trago y cigarrillo y trip. Uno va a una fiesta, a donde sea, entra a la casa y allá hay de todo, sobre todo trip. Es que es tan fácil. Es un cartoncito. No se dan cuenta: no huele, no tiene el problema de la marihuana que echa humo. Es más barato que el trago, y la sensación es mucho más fuerte y más rápida. Cuando yo me metí el trip me puse el cartón sobre la lengua. Cuando lo compré, lo había guardado en una bolsita para que no se secara el juguito, entonces saliendo de la casa, lo saqué, y mientras que bajaba en el ascensor empecé a chuparlo. De mi edificio al centro comercial hay cuatro minutos caminando, iba a coger el bus con mis amigos, y cuando llegué ya tenía la lengua dormida. Y apenas me subí al bus, vi que tenía triangulitos en el suelo, y de una empezaron a moverse y me daba risa, y miraba, y me sentía raro. La sensación era rara, dentro de mí, pero rara. Me toteó como a los veinte minutos. Y nadie se da cuenta de eso. A uno solo se le dilatan las pupilas, y nadie se va a poner a mirar eso, a menos de que ya uno se ponga muy mal, así como en el estado en que estaba yo.
Cuéntame una cosa, ¿por qué de ti habían sospechado que usabas drogas antes, si no lo hacías, qué crees, qué sembraba la duda?
Lo que pasa es que una vez tuve una conversación con mi novia sobre la marihuana en la casa de ella, y la mamá nos oyó, entonces habló con mis papás. Yo le dije: "¡cómo así, ahora mis papás se van a meter ese cuento en la mente y me van a meter quién sabe en qué lío!". De todas formas yo no lo había hecho nunca. Pero ese día yo salí con ella, fuimos al centro comercial, estuvimos en cine, y la mamá se fue a hablar con mis papás. Ellos le dijeron que confiaban en mí, pero que iban a hablar conmigo. Cuando llegué, me dijeron, entonces yo le contesté: "no, papá"; y él me respodió, "bueno, listo, pero entonces yo le quiero hacer unos exámenes". Me llevaron al hospital, pero ahí les dijeron que no valía la pena porque eso solo funcionaba si se había consumido en las últimas horas. Como esos días había estado con ellos, pues no tenía sentido hacerme esas pruebas. Pero yo nunca lo había hecho, entonces, relajado.
¿Y cuál es tu idea sobre la marihuana?
Pues tengo amigos que la consumen. Pero yo no soy de esas drogas, de pronto trago, el cigarrillo, una cerveza de vez en cuando, pero ya drogas, no. Ellos dicen que se sienten bien, que es chévere, que la pasan muy bien. Yo digo que bueno. Me la han ofrecido en el colegio, me dicen: "bueno, y qué, usted me va a comprar, o algo". Y yo les digo: "no, todo bien". Y ya.
¿Quedaste con ganas de más?
Tuve una mala experiencia y no vale la pena volver a hacerlo. ¡No, nunca!
¿Recomiendas las drogas?
La verdad, no. De todas maneras, uno decepciona con esas cosas a la gente que quiere. A mí me habían dicho: "eso es chévere, usted la va a pasar muy bien". Y al principio sí me sentí bien, pero después de lo que me pasó pues ya me di cuenta de que eso no vale la pena. Pude haber ido a la fiesta y pasarla bien, pero por ponerme a hacer eso, me la tiré toda, además tuve problema con mi familia.

Entonces, a manera de despedida le dije, bueno, dejemos acá por hoy, y continuaremos en la próxima sesión.

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Psicoanálisis, Sociedad y el Proceso de Paz en Colombia


Ponencia para la Tercera Sesión del VIII Seminario Internacional Gramsci



Subalternos: Paz, Democracia y Constituyente Social

El lunes 18 de noviembre de 2013, a las 3:00 de la tarde, se realizará un conversatorio a propórito de mi texto titulado, Psicoanálisis, Sociedad y el Proceso de Paz en Colombia, en el edificio de Psicología en Ciencias humana de la Universidad Nacional de Colombia. en el marco del VII Seminario Internacional Antonio Gramsci.

Blog http://seminariointernacionalgramsci.blogspot.com/2013/11/ponencia-para-la-tercera-sesion-del.html

Videoblog https://www.youtube.com/watch?v=kG0vM49uUPY



Resumen:
Esta ponencia sopesa las posibilidades de alcanzar la paz. Un trabajo de psicoanálisis aplicado que comenta la dinámica social y el proceso de paz colombiano. Empieza con anotaciones sobre el caso de Juan: un modelo para pensar la psicodinamia de la violencia, el trastorno de personalidad antisocial y la neurociencia de la delincuencia. Luego el psicoanálisis de grupo, el tratamiento simultáneo de varias personas explorando las fuerzas inconscientes que rigen la colectividad. Como en el psicoanálisis individual, los pensamientos requieren una mente para pensarlos, la meta es descubrirlos y seguir sus transformaciones para vivir con satisfacción.
El hombre es gregario. La colectividad gratifica, complementa, define, da punto de punto de referencia por lo que se es, y lo que no se es. No avasalla, por el contrario, da objetos de identificación, sentido de identidad, arraigo y continuidad existencial, incluso para la agresión. El mínimo grupo es 3, entonces aparecen dinámicas inconscientes que cambian cualitativamente las relaciones. Nacer es la primera experiencia colectiva. En familia empieza la dialéctica entre lo individual y lo social, experiencias que conforman el carácter.
Finalmente, figuran exploraciones sobre la actualidad del proceso de paz a octubre de 2013 desde los ángulos urbano y político, con un homenaje modesto a las víctimas de la primera quincena del mes, una proporción bajísima de los afectados por más de 50 años de combates con las Farc, que tiene la dudosa distinción de ser la guerrilla más vieja del mundo. En conclusión, este es un enfoque optimista moderado sobre el proceso de paz.



Abstract:
This essay reflects on the human possibilities of achieving peace. A work of applied psychoanalysis about social dynamics and the Colombian peace process. It begins with some notes on John: a case, a useful model to think about the psychodynamics of violence, antisocial personality disorder and the neuroscience of crime.
Group psychoanalysis, the simultaneous treatment of several individuals, explores the unconscious forces that guide the community. It works as individual psychoanalysis: thoughts require a mind to think them, and the goal is to discover them, and follow their transformations to build a more satisfying way of being.
Man is gregarious. Community rewards, complements, defines, it gives a reference of what is, and what is not. It does not enslave the individual, it gives him objects of identification, a sense of belonging, an existential continuity, even for violence. The minimal group is 3 people, unconscious dynamics changes qualitatively the relationships with others. Birth is the first collective experience. The dialectic between the individual and the group begins in the family, experiences that make up the character.

Finally, an exploration of the current situation of the peace process as of October 2013 from the urban and political perspectives, as well as a modest tribute to the victims of the first two weeks of the month, very few of those affected by more than 50 years of conflict with Farc, a terrorist group with the dubious distinction of being the oldest guerrilla in the world. In summary, this is a moderately optimistic approach on the peace process.

viernes, 27 de septiembre de 2013

Soren Kierkegaard, una vida ejemplar


Este eminente filósofo religioso danés nació en 1813 y murió en 1855. Su vida transcurrió en Copenhague. En su trabajo criticó la filosofía racional sistemática, en especial la de Hegel, basado en que la vida no puede contenerse completamente en un sistema conceptual abstracto. Atacó su intento de clasificar la experiencia. Argumentó que no podía construirse un sistema para vivir, pues la existencia es incompleta y siempre está en desarrollo, así que el constructor del sistema jamás comprenderá que es imposible entender la vida por completo. Además señaló el error de afirmar que la lógica es móvil, revelando su confusión al mezclar categorías. Mientras Hegel creó una teoría objetiva del conocimiento, Kierkegaard afirmó que la subjetividad también es verdad. La incertidumbre del espíritu apasionado por la verdad, es verdadera, y es la mayor confirmación de la vida. Ideas que también están en la raíz del existencialismo, y transformaron la filosofía para siempre, además abrieron la puerta al estudio sistemático de la mente. La condición humana se volvió objeto legítimo de estudio. Pero también reflexionó sobre la fe y la religión, en particular la cristiana. No aceptaba que el clero combinara el hedonismo de Goethe con el estoicismo Cristo. Por otro lado, era una suerte de filósofo poeta, sus libros tienen valor literario. Su obra es erudita en el romanticismo imperante en aquel entonces, con ideas enraizadas en el realismo socialista. Pero también era escéptico de la humanidad, y cada vez se hizo más pesimista. Anotaciones peculiares si se tiene en cuenta que Kierkegaard podría ser el primer autor psicológico en la historia.

Ha sido muy interesante esta pesquisa de información prepsicoanalítica para construir el artículo que titulé, No Hay Dos Pacientes Iguales, Como No Hay Dos Terapeutas Iguales. Porque, en todo caso, el psicoanálisis, como cualquier otro sistema de pensamiento, es producto de sus circunstancias, del ambiente a donde surge. Y así mismo sucede con las demás disciplinas que hacen parte del área de la salud mental. En la actualidad todas ellas oscilan, dialécticamente, entre un enfoque hegeliano con un sistema de pensamiento rígido y cerrado, dándole un lugar específico a todo, la lógica, lo natural, lo humano y lo divino; mientras que, por el otro lado, también hay una posición humanística, en línea con Wittgenstein y Kierkegaard, con clasificaciones más elásticas acordes con lo inefable de la experiencia. Tal vez, ambos enfoques sean correctos, y se complementen. Las categorías que surgen del pensamiento estructurado, hegeliano, como en el caso de la neurociencia y de los criterios diagnósticos de la psiquiatría, son útiles a la hora de hablar sobre ciertos aspectos de la mentalidad, a la vez que las clasificaciones provienen del enfoque psicodinámico, humanístico, igualmente estructurado, funcionan divinamente para encarar la subjetividad y lo inagotable de la diversidad humanas. Entonces es un falso problema pensar que estas maneras de explicar la mente son tan diferentes, que hay una mejor que la otra, después de todo, se trata de un artificio producido por el lenguaje que se emplea para explicar las cosas desde cada punto de vista.

Así que la finalidad de estos estudios filosóficos que he emprendido es sopesar las raíces y el contexto de las concepciones actuales de la mente, en este mundo de adoración pagana por la técnica y la ciencia, por lo masivo y lo desechable, por lo fácil y lo rápido, incluso a expensas de la Tierra. Mientras que, por el otro lado, la gente está llena de nostalgia por el humanismo: nunca se había visto tanto progreso tecnológico y científico, a la vez que tanta hambre de espiritualidad.

En otro orden de cosas, he basado esta investigación en mis lecturas de la edición número 15 de la Enciclopedia Británica. Debo informar que es una obra muy adictiva: al empezar a estudiar en ella dan ganas de no soltarla, de leerla de cabo a rabo, ya Jorge Luis Borges lo había mencionado. Ahora, una advertencia sobre este blog: siga adelante con esta lectura si está interesado en conocer detalles biográficos de Kierkegaard, si le gustaría elucubrar sobre las raíces de sus ideas. Hago esta admonición para no cansar al lector. Sucede que Pombo, mi profesor de español desde la década de 1970, me puso 3 sobre 5 en la publicación pasada, la que titulé, Ludwig Wittgenstein, un Hombre con el Don de la Síntesis. Dijo que había sido un texto interesante y bien escrito, pero largo. Aun así, estas pálidas letras virtuales que ahora están ante usted en el monitor de su computador, de su tableta o de su teléfono inteligente, son dos veces más extensas. No quiero cansar al lector desprevenido, por entusiasta que sea.


El padre de Soren Aabye Kierkegaard se llamaba Michael Pedersen Kierkegaard, y fue una influencia definitiva para él. Era un hombre melancólico, devoto, serio. Escribió en su diario alguna vez mientras miraba a su hijo: “pobre niño, vives en desesperación silenciosa”. Era un luterano ortodoxo, estricto con la austeridad propia de su fe. En su juventud empezó a ganarse la vida como asistente de un granjero minifundista en una región desolada y remotísima en el oeste de Jutlandia, Dinamarca. Hasta que un día, rabioso ante la indiferencia de Dios a sus sufrimientos y privaciones, subió a una colina, y lo maldijo con solemnidad y convicción. Entonces se fue para Copenhague a donde empezó a trabajar con un tío que comerciaba con objetos de madera. Progresó económicamente, hasta el punto que murió como un rico. Entre otros activos poseía 5 casas que sobrevivieron a los bombardeos ingleses en 1807. Y fue de los pocos que no se arruinaron durante la recesión de 1813, el año en que nació Soren.

A Kierkegaard lo apasionaba la lógica de la argumentación, y su padre se preocupó por darle la educación más esmerada que pudo al más brillante, y creativo, de sus hijos. En la universidad estudió teología y filosofía con el maestro Poul Martin Moller, una figura destacada, y un autor de cierto renombre, que no ocultaba su aversión por la filosofía sistemática. Otro de sus profesores fue Frederik Christian Sibbern quien, en línea con Moller, era afecto de explicar e ilustrar sus reflexiones filosóficas redactándolas en forma de ficciones. Quería llegar al público amplio.

Desde muy joven Soren fue consciente de la culpa que agobiaba al padre, circunstancias tremendas que llamó, El Gran Terremoto, y la atribuyó a su maldición juvenil a Dios. Y al descubrir el pecado paterno se entregó a una vida disoluta. Aun cuando, de todos modos, tenía la duda de que cuando el padre renegó de Dios hubiera caído una maldición sobre la familia. Inquietud que se exacerbó cuando murió su madre, y luego cuando fallecieron 5 de sus 6 hermanos y, por último, con la defunción del padre en 1838. Así que Kierkegaard y su hermano sobreviviente recibieron una herencia sustancial, y sin mayores responsabilidades. Entonces él pudo dedicarse al ocio productivo, como se le dice en los ambientes académicos al privilegio de pensar sin tener que preocuparse por el vil metal. Y otra consecuencia de la muerte del padre fue que Kierkegaard volvió al buen camino. Regresó a la facultad de teología y filosofía.

Por esa época se enamoró de Regina Olsen. El parecía tener un funcionamiento maníaco en la personalidad: su naturaleza melancólica era irreconocible detrás de la imagen alegre y sesuda que presentaba. Ella quedó cautivada ipso facto. Fue una pasión fulminante. Pero dos días después de que la dama aceptara sus requiebros amorosos, él se arrepintió. Se había equivocado. La amaba entrañablemente pero eran muy distintos: ella era joven, inexperta, inocente, mientras que él era mundano, tenía bastante kilometraje en asuntos del corazón. Entonces Kierkegaard se llenó de culpa. Siempre tuvo sensibilidad por las complejidades de la mente, hoy se diría, tenía inteligencia emocional. En todo caso, nunca fue capaz de hablar con ella sobre sus tribulaciones, y simplemente escribió en su diario: “yo tenía 1,000 años más que ella”. Así que decidió romper con la relación. Pero Regine lo adoraba. Insistía. Él trataba de comunicarse con ella, quería hacerla entrar en razón. No había manera de que su espíritu romántico comprendiera. Lloraba, se rasgaba las vestiduras. Amenazaba con lanzarse frente al tren en movimiento. De qué vale la lógica más rigurosa, el discurso más elocuente y sincero, los argumentos más sólidos, frente a los caprichos del corazón enamorado. Hasta que por fin, con el tiempo, y luego de mucho penar, ella accedió a alejarse de él. Entonces urdieron un plan para salvaguardar el prestigio de ella, proyectando la imagen de que todo había sido culpa de él. Una experiencia que lo marcó hondamente, y le aportó bastante material para sus reflexiones venideras.

Aquí bien vale la pena detenerse para dar un consejo a los jóvenes lectores de estas palabras cibernéticas. ¡Lean! Las mujeres aman a los hombres elocuentes y divertidos y de mente desarrollada, cuando se les dedican con amor, claro está. Sin embargo, es muy común que lo que une a las parejas al principio, sea lo mismo que las separa al final. De manera que hay que escuchar esas intuiciones iniciales, esos momentos de lucidez en medio del vértigo del enamoramiento, porque siempre hay necesidad de aceptar que cada uno es responsable de la mitad de lo bueno, y de lo malo, que hay en la pareja. Nadie es perfecto.

Como decía, luego de romper con Regine, Kierkegaard se fue para Berlín a causa del lío de faldas. Y seis meses más tarde regresó a Copenhague con un manuscrito que tituló, Either / Or: A Fragment of Life. Obra que publicó en 1843 bajo un pseudónimo. De hecho, casi todos sus libros aparecieron con pseudónimos. Nombres ficticios que elegía según la temática y la intención del libro, con la finalidad de que el lector no se sintiera presionado por su autoridad, y así reflexionara y conociera con más libertad sobre otras formas de vida. Y este volumen en particular ofrece la alternativa de una vida estética o ética. Cada cual tiene la necesidad de escoger conscientemente, responsablemente, ante las alternativas que la vida presenta. Una idea que está en la raíz del existencialismo.

Si me permite otra anotación, en este momento podemos extraer otra moraleja de la vida y obra de Kierkegaard. La idea de que las decisiones son conscientes es un pensamiento bastante ingenuo. No hay necesidad de ser psicoanalista para saber que las motivaciones humanas ante todo son inconscientes. Como en el caso que mencioné arriba, el neurótico promedio que se enamora de la persona equivocada, sabiéndolo.

Y de regreso a las raíces del pensamiento del filósofo danés, el episodio de Regine aparece en Either/Or desde la primera sección, llamada, Diario de un Seductor. En ella narra la historia de amor desairado, como si quisiera explicar a la desdeñada el por qué había decidido terminar con ella, amándola entrañablemente. Cabe anotar que estas comunicaciones furtivas aparecen una y otra vez en las publicaciones de Kierkegaard. Un eterno retorno a este asunto que siempre lo atormentó por considerarlo su responsabilidad exclusiva. De todos modos, se trata de una suerte de filósofo poeta, sin duda influenciado por sus maestros Moller y Sibbern, Either/Or es un libro de valor literario. Es una obra erudita en el romanticismo imperante en aquel entonces, con ideas enraizadas en el realismo socialista, y que fueron el origen de la psicología individual. 

Luego vinieron sus reflexiones sobre fe y sacrificio. En 1843 apareció Fear and Trembling. El libro empieza con la parábola de Abraham e Isaac. El problema está en que hay situaciones en que la voluntad de Dios se antepone a la ética, aun cuando Dios personifica la ética. Llamó a este problema: la suspensión teológica de la ética. Y concluyó que la fe es una paradoja. Ahora me pregunto qué tendría para decir un caudillo de los talibanes frente a la suspensión teológica de la ética. En todo caso, en este volumen narra el sacrificio de su relación con Regine, ya que, como Abraham, quien debía sacrificar a su hijo Isaac, cometió un acto antiético. Pero el filósofo, como el personaje bíblico, estaba obligado y legitimado por un orden superior a la voluntad individual. Luego, en Repetition, Kierkegaard hizo una demostración psicológica de este punto.

Al año siguiente, publicó Philosophical Fragments, y al mismo tiempo lanzó, The Concept of Dread, de carácter psicológico. El primero presentó el cristianismo como debería ser para tener coherencia: una forma de vida que presupone el libre albedrío, en contraposición a la idea de Hegel de que el individuo se desdibuja en la colectividad. Además amplió la noción de libertad desde la filosofía, volviéndola un problema psicológico. La libertad no puede probarse filosóficamente porque cualquier prueba implica una necesidad, lo opuesto de la libertad, de modo que la discusión sobre ella no pertenece al ámbito de la filosofía sino al de la psicología. La libertad es una actitud que hace posible ser libres, y este estado anímico es la angustia, un sentimiento sin un objeto definido, diferente del miedo, a donde puede reconocerse una amenaza en particular. Al experimentarla se sale de la inocencia al pecado, y se acepta el reto cristiano de la culpa y la fe. Así que la angustia es el preludio al pecado, no su consecuencia. Este es el primer libro psicológico que se haya escrito.

Hoy se sabe que en efecto el sufrimiento impulsa al cambio, a crear nuevas condiciones de vida, en esta ocasión, más satisfactorias y equilibradas, aun cuando no necesariamente más cómodas. Es por eso que la mortificación que producen los síntomas mentales es una buena noticia. En el argot psiquiátrico: el pronóstico del paciente mejora si los síntomas son egodistónicos, es decir, lo atormentan.

De regreso al filósofo danés, en 1845 publicó Stages on Lifes’s Way. Una obra voluminosa y madura. Retoma el asunto de Either/Or, separando lo religioso, de lo estético, de lo ético. Deja en claro que la ética es un estilo de vida inadecuado. El problema ya no es solo un conflicto entre ética, estética y religión. En la última parte del libro, titulada, Guilty/Not Guilty, de nuevo narra el amor desairado de Regine, ahora desde un nuevo punto de vista. En el plano estético, el amor desdeñado implica una fuerza que separa a los enamorados, mientras que en el nivel ético, el obstáculo está en que son personas que provienen de mundos muy distintos; de modo cuando el uno interpreta el amor estéticamente, y el otro, éticamente, hay un conflicto irreconciliable. La relación solo funcionaría si ambos coincidieran en el mismo plano, cosa que rara vez sucede. Por último, en el ámbito religioso la dificultad es todavía más definitiva. Está en que son estructuralmente diferentes. Este destino es sufrido, y aceptarlo permite liberarse del aquí y el ahora, preparándolos para la vida eterna. Así que mientras el enfoque estético encuentra resistencia en el exterior, y ser grande es conquistar, en el religioso, en cambio, la barrera está en el interior, y se ennoblece al sufrir. Además penar al servicio de una idea es precisamente la confirmación de la existencia del plano religioso. Padecer nutre.

De nuevo vale la pena detenerse a meditar. Los asuntos esenciales de las personas son finitos, es por eso que los escritores pasan la vida escribiendo el mismo libro. La gente suele regresar a los temas conocidos que los hacen sufrir, no solo por razones masoquistas, también porque inconscientemente necesitan repetir y replantear las situaciones difíciles, en especial frente a las pérdidas y las desilusiones, porque este retorno, que a veces parece eterno, hace parte del proceso natural del duelo. Es la elaboración del luto.

Por esa época Regine se casó con alguien más, rompiendo la ilusión de Kierkegaard de que vivían un matrimonio espiritual, para nada terrenal, con la esperanza de que Dios hiciera posible lo imposible. Entonces el filósofo abatido redactó Stages on Life’s Way. Y tituló la primera parte, In Vino Veritas o The Banquet, basado en el Simposio de Platón. Tocó el amor, el erotismo, el sexo y la mujer, dejando translucir su misoginia. Pero también tenía otras desilusiones, verbigracia, los críticos denigraban de su obra, y a esas opiniones incisivas también se atribuye su misantropía y su amargura.

Después en 1846 apareció Concluding Unscientific Postscript to the Philosophical Fragments. A Mimic-Pathetic-Dialectic Composition, an Existential Contribution, por Johannes Climacus, publicado por S Kierkegaard. Su obra filosófica más importante. En ella controvierte las ideas de Hegel. Ataca su intento de sistematizar toda la experiencia. Por otro lado, Hegel equipara la vida con el pensamiento, así que no hay espacio para la fe, de manera que el cristianismo es una imposibilidad, un escándalo para Kierkegaard.

Soren no evangelizaba, pero sí se sentía obligado a explicar el cristianismo. Tenía una misión divina, una meta indescifrable. Entonces empezó a considerar la posibilidad de retirarse de la filosofía profesional. Pero tenía el vicio de escribir. Además debía cumplir con su misión sagrada de revelar el verdadero cristianismo, y poner en evidencia la conducta escandalosa de la Iglesia danesa. Su pensamiento religioso se hizo más estoico, y en sus publicaciones de 1847 a 1850 su cristianismo fue más ortodoxo, podría decirse, fundamentalista. Se volvió una guerra santa para él. Dios lo autorizaba. Hasta recurrió a publicar innumerables libros de bolsillo, panfletos y un periódico que llamó The Moment. Y después de dos años de actividad febril, enfermó, lo hospitalizaron y murió. Ya quedaba poco de su herencia, y le dejó sus posesiones mundanas a Regine, quien en ese momento vivía en el Caribe, en una colonia danesa a donde su marido fungía como gobernador.

La guerra santa de Kierkegaard no transformó el establecimiento, pero sí puso a pensar a los curas. El valor intelectual y literario de su obra solo vino a reconocerse dos décadas más tarde, cuando en 1877 el crítico Geory Brandes publicó el primer libro sobre él. Lo declararon ateo y anticlerical. En Alemania solo se despertó interés por su obra poco antes de la Primera Guerra Mundial. Pero su mayor auge surgió en relación con el nacimiento del psicoanálisis, a través de la difusión que tuvo junto a la obra de Sigmund Freud, puesto que eran autores que se encontraron en varios temas, como la angustia, por ejemplo. Eran pensadores afines. Así mismo contribuyó a divulgar su obra la producción del teólogo protestante suizo Karl Barth, al igual que las de Karl Jaspers y Martin Heidegger, junto con la del filósofo religioso judío Martin Buber. Y todos ellos, a su vez, se consideran los cimientos del Existencialismo. Pero solo después de la Segunda Guerra Mundial su pensamiento se conoció por todo el mundo, casi 100 años después de su muerte solitaria y silenciosa.

Para terminar, ahora me parece pertinente continuar con esta exploración extrapsicoanalítica leyendo un poco sobre Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1770-1831), después de todo, fue el gran adversario filosófico de Soren Kierkegaard.


martes, 17 de septiembre de 2013

Ludwig Wittgenstein, un hombre con el don de la síntesis


Desayunando con Alexandra, le conté que el grupo de estudios de psicoanálisis y neurociencia con el que me reúno los lunes a mediodía en la Fundación Santafé, planea hacer el segundo simposio, en esta oportunidad, sobre temas controversiales en el ejercicio de las disciplinas de la salud mental. A ella le pareció un proyecto académico interesantísimo, y muy útil para gente que reflexiona sobre la condición humana, no solo para especialistas. Continué. Le dije que mi ponencia, que está en construcción en este momento, se titula, No Hay Dos Pacientes Iguales, Como No Hay Dos Terapeutas Iguales. Trata el tema arduo de cómo es posible que la mente estudie la mente, y cómo para comprender al otro es necesario liberarse, hasta donde sea posible, de las clasificaciones, los prejuicios y las generalizaciones, ya que, como es bien sabido, la diversidad humana es innegable, y el vínculo terapéutico es una relación como cualquier otra, solo que en este caso hay una asimetría porque el paciente busca ayuda.  Cada caso es particular. Y a continuación le dije el epígrafe que tomé de Julio Cortázar para empezar con este texto: “Quizá los moluscos no sean neuróticos, pero de ahí para arriba no hay más que mirar bien; por mi parte he visto gallinas neuróticas, gusanos neuróticos, perros incalculablemente neuróticos; hay árboles y flores que la psiquiatría del futuro tratará psicosomáticamente porque ya hoy sus formas y colores nos resultan francamente morbosas.”. Entonces Alexandra, entusiasmada, me insistió en que continuara con la investigación leyendo sobre Ludwig Wittgenstein, el filósofo austriaco preeminente del siglo XX que vivió mayormente en Inglaterra. Y así lo hice.

Al llegar a mi gabinete psicoanalítico consulte la hermosa edición número quince de la Enciclopedia Británica, un incunable, pues ya no se publica en papel impreso, solo en su edición virtual. En esas páginas sedosas y amarillentas encontré que este filósofo profesional produjo dos sistemas de pensamiento distintos en épocas muy diferentes de su vida, y el segundo critica y rechaza el primero, claro está. Ambas obras fueron muy influyentes y bien expresadas: primero vino el Tractatus Logico Philosophicus y luego, Philosophical Investigations.

Resulta que este personaje nació en 1889, era el menor de 8 hermanos, todos talentosos. Su padre era un industrial austriaco del acero. Y junto con su madre conformaron una pareja de sensibilidad artística e inclinaciones intelectuales. Lo educaron en casa hasta los 14 años, luego fue al colegio en Viena y en Berlín, donde se inclinó por las matemáticas, las ciencias naturales y, posteriormente, por la ingeniería. En 1908, ya en Inglaterra, en Manchester, empezó a trabajar en aeronáutica. Experimentó con cometas en las regiones más remotas de la atmósfera. También diseñó motores para aviones, y concibió la idea luminosa de poner turbinas en las puntas de las aspas de una hélice. En esa época se interesó por la obra de Bertrand Russell, y fue a estudiar con él en la universidad de Cambridge. Se dice que en alguna oportunidad el maestro expresó sobre el filósofo brillante: “pronto aprendió todo lo que yo tenía para enseñar”. Con él estuvo desde 1911 hasta 1913, trabajando problemas lógicos. Luego se mudó a Noruega. Donde le surgió la idea de que las verdades lógicas son tautologías, se trata de razonamientos circulares que no dicen nada especial.

Con el advenimiento de la I Guerra Mundial se enlistó en el ejército austriaco. En 1916 estuvo en el frente ruso con desempeño valeroso, fue un buen oficial, y en 1918 lo trasladaron a Italia. Entonces empezó el período del Tractatus, pues mientras tanto seguía trabajando problemas lógicos y filosóficos en cuadernos que llevaba a todas partes entre su morral. Y para cuando lo aprisionaron los italianos, ya tenía el manuscrito completo, entonces se lo mandó a Russell, quien le ayudó a publicarlo gracias a sus influencias. Resultó ser un libro novedoso, profundo e influyente, conformado por anotaciones numeradas y ordenadas que abarcaron 75 páginas. Trató temas que incluyeron la naturaleza del lenguaje y el límite de lo que puede expresarse, también contenía elementos de lógica, ética y filosofía, junto con reflexiones sobre causalidad e inducción, el yo y la voluntad, la muerte y lo místico, el bien y el mal. La pregunta central del Tractatus era: ¿cómo es posible el lenguaje, cómo puede comunicarse algo, y cómo puede alguien entenderlo? Aducía que una oración con significado, es decir una proposición, debe ser una imagen fidedigna de la realidad. Pero hay límites. No solo debe ser una imagen exacta de lo que representa, seguramente los símbolos y las situaciones tienen la misma forma lógica, así ella no pueda representarse, al fin y al cabo, la existencia necesaria de elementos simples de la realidad y de un valor absoluto, no pueden decirse porque el límite del lenguaje es el pensamiento. De manera que una proposición tiene un solo análisis completo y un sentido definitivo; hay una esencia del lenguaje, las oraciones y los pensamientos, un orden a priori en el mundo.

En 1919 Wittgenstein regresó a la vida civil. Entonces regaló gran parte de su cuantiosa herencia, le disgustaba el oropel y el confort, prefería una existencia frugal, académica, contemplativa, la vida de un soltero casto y estoico. Así que se hizo profesor de primaria en una escuela rural en la campiña austriaca, apacible y hermosa. Era muy infeliz. Pensó en suicidarse en varias oportunidades, según puede leerse en su epistolario. Aseguraba que estaba moralmente muerto, a los treinta años de edad. Allí tuvo conflictos con otros docentes y con habitantes de la apacible y hermosa comarca. Hasta que en 1925 se retiró de su puesto de maestro de la escuela bucólica. Entonces se hizo asistente del jardinero de un monasterio en las afueras de Viena. Y poco después, una de sus hermanas lo contrató para que trabajara en la construcción de su mansión. Oficio que lo apasionó. En él invirtió su creatividad arquitectónica asombrosa. El resultado fue un edificio libre de excesos y decoraciones, una construcción exacta y proporcionada, de belleza simple y estática, como el Tractatus. Pero también era un músico hábil: tocaba el clarinete con solvencia, y era capaz de silbar de memoria piezas larguísimas y complejas.

En suma, dejó la filosofía durante una década, aun cuando en algunas oportunidades se reunió con miembros del Círculo de Viena, de donde surgió el Positivismo Lógico. Hasta que en 1929 regresó a Cambridge, se hizo fellow del Trinity College, y retomó la docencia. Rápidamente se volvió influyente en los medios académicos angloparlantes. Era un maestro erudito, comprometido, serio, creativo. Sin embargo no le gustaba el ambiente pedante de la universidad, y se retiró de la filosofía académica. Es más, exhortaba a los estudiantes a que renunciaran a la docencia, porque había períodos oscuros y confusos sin nada para decir, de manera que era imposible ser profesor y honesto al mismo tiempo. Era un oficio imposible. Por otro lado, en lo personal, necesitaba afecto, como todo el mundo. Era un amigo cálido y leal y generoso. A la vez que era severo con la afectación, la adulación y la superficialidad. Y cabe anotar que escribió profusamente desde esa época hasta el final de su vida, y en 1939 lo nombraron miembro del directorio de filosofía de Cambridge.

Al empezar la Segunda Guerra Mundial se fue de la universidad para trabajar como camillero en un hospital en Londres. Y solo regresó a Cambridge hasta 1944, a los 55 años, cuando ya había perdido el entusiasmo por la vida y por el absurdo trabajo de ser maestro de filosofía. Decía que era una muerte en vida. Hasta que se retiró en 1947. Entonces se fue a vivir a la costa de Irlanda para pensar sin hablar con nadie. Allí vivió hasta que enfermó, entonces se alojó a donde amigos, ora en Estados Unidos, ora en Inglaterra. Su salud decaía, y en 1949 le diagnosticaron un cáncer. Hallazgo que no lo impresionó especialmente, dijo: no quiero seguir viviendo. Y murió en 1951 en Cambridge.

En 1953 apareció Philosophical Investigations, libro que por sus instrucciones se publicó póstumamente, aun cuando había empezado a redactarlo en 1929. En él utilizó el epígrafe de uno de los libros de Bach: “Para honrar a dios, y para beneficio del vecino.”. En esta obra contradijo el Tractatus. En ella afirmó que una proposición no tiene un solo análisis completo, ni un sentido definitivo; la realidad y el lenguaje no están compuestos por simples elementos comunes, no hay una esencia del lenguaje, las oraciones, ni los pensamientos, tampoco hay un orden a priori en el mundo. Además negó la concepción de lo indecible al rechazar la idea de que toda representación tiene una forma lógica común. Mientras en el Tractatus afirmó que había una variedad sin fin de usos del lenguaje, y que detrás de esta diversidad había una esencia unificada común; en Investigations, en cambio, expresó que esta era una ilusión, ya que no había tal unidad en medio de la pluralidad. La naturaleza de la memoria, el pensamiento, la palabra, las reglas, así como la insistencia en preguntar, ¿qué es conocimiento, qué es intención, qué es aserción?, se apaciguan con descripciones de lo que puede percibirse, y las diferencias obedecen al uso del lenguaje, al tráfico cotidiano de la comunicación en cualquiera de sus instancias, ya sea hablada o escrita. En esta publicación también rompe con las preconcepciones que falsean el pensamiento filosófico, destruye la creencia obsesiva de que debe haber una esencia en el conocimiento, la intención y la aserción, plantea cómo los conceptos se ligan a acciones y reacciones, así como a la expresión de conceptos de vida.  De manera que tan solo comentamos la historia natural de los seres humanos. En estas páginas quiso mostrar la función y el significado de los conceptos como producto de las formas de vida en que están inmersos.

Al final, Investigations no fue tan bien recibido como Tractatus. En todo caso, Wittgenstein lo consideraba imperfecto, y trató de perfeccionarlo hasta su muerte, siempre fue pesimista del porvenir de su trabajo. Consideraba su pensamiento ajeno al espíritu científico y matemático imperante en su época. Y aún así, logró que la filosofía fuera más consciente de sí misma. Introdujo una nueva concepción de la naturaleza. Para él, un problema filosófico no busca solución, de la misma manera que un teorema no es para probarlo ni una hipótesis para falsearla. Más bien es confusión. La filosofía debería ser simple, pues sirve para desatar nudos del pensamiento, no para causarlos. El resultado de la reflexión filosófica no es el descubrimiento de la verdad, es tan solo una salida a nuevas confusiones.


Y una anotación para terminar: unas semanas más tarde, cuando le conté a Alexandra sobre el resultado de mi averiguación acerca de Wittgenstein, me dijo como si fuera una obviedad, ahora te falta estudiar a Soren Kierkegaard.

domingo, 25 de agosto de 2013

El amor es una idea sobrevalorada


Hace al menos dos décadas mi padre me dijo en una tarde soleada de sábado, al calor de un almuerzo espléndido amenizado con una conversación animada y brillante: “¡Mijo, el amor es una idea sobrevalorada!”. Quedé estupefacto. En esa época yo era un adulto joven. Apenas con unos pocos años de matrimonio y mi hijo era un niño que cursaba los primeros años de colegio. Él estaba en la época en que cambian los dientecitos de leche por los definitivos, lo recuerdo con nitidez. Yo ni siquiera sabía que Jorge Luis Borges odiaba los espejos y la cópula porque multiplicaban a la gente, mucho menos que consideraba el coito una falacia que promovía la ilusión óptica de que juntos somos un solo cuerpo. De modo que yo era un idealista inocente. Aseguraba que el amor era una condición dable, a la que todo el mundo podía acceder, solo se necesitaban buenas intenciones.

Ni siquiera había iniciado mi formación como psicoanalista en aquel entonces. De modo que desconocía, por ejemplo, la noción de Sigmund Freud, el primer psicoanalista, que planteaba la idea revolucionaria de que allí a donde hay amor también hay agresión. La líbido siempre tiene una contraparte tanática, también instintiva. Así que en toda relación habrá una tendencia hacia la construcción, la creación y la unidad, que coexiste tranquila y dulcemente con una nostalgia por lo inanimado, una urgencia destructiva, una necesidad de disociar, de romper. Se trata de una necesidad fundamental de amar y de ser amado, acompañada de una envidia irreductible que lleva a destruir lo bueno y lo valioso. De manera que la madurez se logra alcanzar cuando se integran esas dos fuerzas opuestas que operan dentro del inconsciente de las personas, supeditando lo destructivo a lo constructivo. Y es plausible, piénselo, en el acto sexual más apasionado y romántico y amoroso, también hay violencia y dominación y egoismo.


En todo caso, y de regreso a la sentencia de mi padre, debo informar que cuando lo oí decirla estuve en desacuerdo. Argumenté que bastaba con leer el poemario de Mario Benedetti titulado “El Amor, las Mujeres y la Vida” para darse cuenta de que los románticos amores eran el único cielo plausible para cualquier mortal. Además precisé que me parecía un acierto que el poeta hubiera publicado ese libro mágico en respuesta al de Arturo Schopenhauer, “El Amor, las Mujeres y la Muerte”. Me parecía razonable contradecir al filósofo alemán escéptico del amor. Fuera de eso, estaba seguro de que todo el conocimiento en asuntos amatorios que un hombre moderno pudiera llegar a necesitar estaba consignado en las páginas incendiarias de “Veinte Poemas de Amor y Una Canción Desesperada” de Pablo Neruda.


Mi papá debía estar completamente equivocado, como el horóscopo. Era un disparate decir que el amor, la sal de la vida, era una idea sobrevalorada, una entelequia. Especulé que a su edad las cosas ya no eran como antes, el cuerpo no respondía como solía hacerlo, y que racionalizaba para explicar su pérdida de vigor. ¡Tenía que ser eso! Para mí el amor era lo fundamental. En esa época me sentía en capacidad de entender las gestas y acometidas de los héroes, desde la antigüedad, en el nombre del amor por una mujer. Sin ir lejos, yo amaba a mi esposa, no la soportaba, pero la amaba, y esto lo justificaba todo para mí. La recuerdo, era una mujer fastidiosa y adorable al mismo tiempo, y sin contradicción aparente. Así son las veleidades del corazón. Para nadie es un secreto que los hombres aman a las mujeres difíciles, incluso se han escrito volúmenes y volúmenes sobre este asunto, uno de los más reconocidos, “Por qué los Hombres Aman a las Cabronas”. Se trata de un libro de autosuperación de Sherry Argov construido con más de cien entrevistas a hombres que buscan dilucidar por qué los apasiona este tipo de mujer. Por qué los atraen estos rasgos de personalidad que, con frecuencia, al principio, durante el noviazgo, al enamorado le parecen peculiaridades fascinantes y muy sensuales, pero que luego, con los años de trajín, por ejemplo al casarse, esas mismas características al marido le parecen defectos insoportables. En el peor de los casos, indicaciones para consultar a un psicoanalista.


A veces pienso que a lo largo de mi vida me he parecido a algún personaje de las óperas de Giuseppe Verdi: para mí la pasión por una mujer siempre ha sido fulminante, inaplazable, un sentimiento hondo y duradero. La sensación opiácea de amar hace que la persona no sienta frío, sueño, ni cansancio, todo le parece más bonito. Un instante de ausencia de la amada es una eternidad, la ilusión del rencuentro alivia en algo, sí, pero solo su presencia puede calmar la desesperación. El enamorado sabe que sin ella muere. Tal vez este sentimiento oceánico explica por qué el lenguaje del amor utiliza con tanta frecuencia construcciones gramaticales como la hipérbole, se trata de giros del estilo de “¡dame un beso para poder seguir viviendo!”, junto con otras formas lingüísticas como las aliteraciones, “me haces mucha, mucha, mucha falta”. En todo caso, no parece que un amor higiénico y prudente, reflexionado y aprendido, calculado y ponderado sea garantía de estabilidad y felicidad, ni siquiera de tranquilidad. Cambiar romance por confort no trae alegría. Al fin y al cabo, con nadie más que con el ser amado se comparten las miserias más primitivas de nuestra especie: comer y dormir, orinar y defecar, copular y procrear, elementos que siempre recuerdan que hacemos parte de la diversidad de la vida sobre la Tierra.


En el argot psicoanalítico: enamorarse es un estado narcisista en el que la persona sustituye la realidad externa por la interna. Se trata de una mentalidad muy cercana a la psicosis en la que se reconoce en el otro tanto lo que se valora y se necesita, como lo que atormenta y se repudia. Es como mirarse a un espejo y reconocerse en él, olvidando en gran medida que el ser amado es un individuo independiente, diferente, con historia y vida propias, con un punto de vista distinto. Y lo que hace plausible una relación amorosa de largo plazo, porque la realidad es tozuda, es precisamente la capacidad de hacer el duelo ante la pérdida de esos aspectos que forman parte de la idealización propia del enamoramiento, a cambio de una óptica realista y equilibrada en la que se acepta que por ser diferente son complementarios. Solo entonces es posible perdonar a la pareja por no ser todo lo que se esperaba. De modo que, en este sentido, el quid del asunto está en escoger una compañera sentimental, como dicen los periodistas, capaz de satisfacer las necesidades más infantiles y primitivas de la personalidad de cada cual. En este sentido, felicidad es tener la sabiduría de construir una pareja con la cual pueda realizarse el complejo de edipo en una versión adulta y modificada según las circunstancias actuales de cada persona. En suma, se trata de disfrutar con el otro. Una capacidad que no solo depende de la concentración de oxitocina, como lo pregonan los estudiosos de la neurociencia, si así fuera no existirían los amores de más de dos años de evolución. Aun cuando, de todas maneras es necesario considerar que no es natural vivir tantos años. La expectativa de vida que el hombre ha alcanzado es artificial. Es el resultado de las medidas de la salud pública, tales como el acceso al agua potable y el desecho adecuado de las aguas negras, así como a las vacunas, además del uso de antibióticos junto con la prevención y el tratamiento de muchas enfermedades más. De modo que cada vez más personas llegan a la tercera edad, y envejecer en pareja es otro de los grandes desafíos. Después de todo, la salud física es importantísima, claro, pero la salud mental tiene cinco puntos más, puesto que es la capacidad de hacer los duelos ante la pérdida de la juventud, permitiéndole al paciente encarar la hipertensión arterial, la enfermedad coronaria, el cáncer, los reemplazos articulares, y demás problemas que acompañan a la vejez.


Con el tiempo, con los sabores y los sinsabores que trae la vida, con las enseñanzas que deja la experiencia personal y el ejercicio del psicoanálisis, me ha dado por pensar que mi anciano y sabio padre sí tenía razón: el amor sí es una idea sobrevalorada. Los enamorados siempre exageran, y eso, con frecuencia, hace que el amor sea despiadado, como decía Samuel Becket, “saca lo peor que hay en las personas”. De modo que si logramos hacer consciente que todos ocupamos mucho espacio, pues somos intransigentes, mañosos, posesivos, dominantes, desconfiados, rencorosos y orgullosos, podemos hacerle más llevadera la existencia de la pareja. Si desarrollamos la capacidad de escuchar, pero de hacerlo con entrega, con empatía, tratando de dejar de lado los prejuicios para darnos la oportunidad de descubrir la actualidad emocional del otro sin imponer nuestras propias versiones, ni nuestros resentimientos, es posible tener una pareja exitosa. Después de todo, no es un enemigo. Solo así podremos superar esa sensación desesperante de extrañeza en compañía del otro, aliviando la soledad que se vive en pareja. Y si hacemos autocrítica descubriremos que juntos formamos un sistema de relación en el que cada uno aporta la mitad de lo bueno y de lo malo que hay en la pareja, somos responsables en gran medida de sus logros y fracasos. Solo así podremos superar el sentimiento desesperante de ser víctimas.


Me declaro un optimista del amor, incluso pro familia, es posible vivir satisfechos juntos, conozco muchos casos de gente que sí lo logra. Aun cuando es muy posible que siga siendo idealista, inocente. En todo caso, cada uno puede tomar la decisión de darle la oportunidad a los románticos amores. 
Claro que también es posible que yo esté envejeciéndome más rápido de lo que pensaba. Muchos insisten en que uno de los primeros signos de vejez es parecerse al papá, y, debo confesar, desde hace ya varios años me identifico con él y cito sus frases sesudas. Así que ahora, para terminar con este blog, me parece pertinente otro de sus aforismos conmovedores. Una mañana, temprano, antes de ir a trabajar, me dijo: “Mijo, el problema es que los jóvenes no saben apreciar a las mujeres”.

jueves, 27 de junio de 2013

Advertencia


Si te casas, te arrepentirás; si no te casas, también te arrepentirás. Te cases o no te cases, lo mismo te arrepentirás. Si te ríes de las locuras del mundo, las sentirás; si las lloras, también lo sentirás. Las rías o las llores, lo mismo las sentirás. Si te ahorcas, te pesará; si no te ahorcas, también te pesará. Te ahorques o no te ahorques, lo mismo te pesará. Este es, señores, el resumen de toda la filosofía de la vida.
Soren Kierkegaard



En el iPod de ella sonó, Te lo Agradezco Pero No, un dueto cadencioso de Alejandro Sanz y Shakira. Una canción audaz, que aun cuando de apariencia inofensiva, es una obra dolorida, conmovedora. Una pieza musical de ritmo suave y pegajoso, hermosa. En ella él empieza con voz ronca, agradable.

Acércate, que a lo mejor,
no te das cuenta que mi amor
no es para siempre
porque hay noches que se apaga cuándo duermes.
Díselo a tu corazón.
No habrá más fuente de dolor:
no digas que no pienso en ti,
no hago otra cosa que pensar.
Acércate un poco más,
no tengas miedo a la verdad.
Y cuándo llegue la mañana y salga el sol
tú volverás a mi lado y ya no yo.
Y ahora vete, vete, vete, vete;
vete y pásatelo bien,
con nosotros dos.
No, corazón.
Te lo agradezco, pero no.
Te lo agradezco, mira niña, pero no.
Yo ya logré dejarte aparte,
no hago otra cosa que olvidarte.
Te lo agradezco pero no.
Te lo agradezco, mira niña, pero no.
Te lo agradezco corazón, pero no,
tú sabes bien qué.

Era una noche estrellada con algunas pocas nubes y la luna llena parecía un adorno puesto allí para la felicidad exclusiva de Juan y Andrea. Desde hacía algunos días la parejita estaba en conversaciones, en el sentido romántico de la expresión, claro está. Los había presentado un matrimonio amigo, sin que fuera una cita a ciegas propiamente, sucede que ella necesitó que él le ayudara a resolver algún problema personal. Desde entonces, con el paso de las horas y los días, se acercaron cada vez más el uno al otro, de manera sutil, suave, como por arte de magia se volvieron indispensables el uno para el otro. Por supuesto mediante la ayuda invaluable del progreso en las telecomunicaciones mediante la Internet, así como de incontables llamadas por el teléfono fijo y el celular, complementadas con mensajes de texto y, en ocasiones, extensos correos electrónicos febriles que describían poéticamente hasta las trivialidades más insignificantes de la cotidianidad de Juan, porque era un hombre de aspiraciones literarias. En todo caso, comunicaciones que a la luz de esta relación romántica naciente se volvieron verdaderos acontecimientos que disfrutaban juntos. Desde el primer momento fue evidente la tensión sexual que había entre ellos.  

Y sonaba la hermosa balada.

Acércate un poco más
no ves que el tiempo se nos va,
da rienda suelta a lo que sientes.
Si no lo haces mala suerte.
Porque al final, si no lo ves,
puede que no me escuches, pero lo diré.

Entonces intervino suavemente la cantante.

Ay, cuando salga el sol y llegue la mañana
yo volveré a tu lado, a tu lado, con más ganas.
Y ahora vete, vete, vete, vete;
vete y pásatelo bien,
con los dos.
Te lo agradezco pero no.
Te lo agradezco, mira niño, pero no.
Yo ya logré dejarte aparte,
no hago otra cosa que olvidarte.
Te lo agradezco pero no.
Te lo agradezco, mira niña, pero no.
Yo ya logré dejarte aparte,
no hago otra cosa que olvidarte.

Estaban sentados en la mesa de la cocina del apartamento suntuoso de Andrea, junto a la ventana, desde donde podían contemplar a sus anchas la silueta de la ciudad iluminada sobre el trasfondo de la noche veraniega. ¡Qué belleza de paisaje!

El hijo de ella dormía apacible en su alcoba. Y la parejita tomaban vodka en las rocas -sobre todo él, ella fue moderada en el consumo de licor, a decir verdad, ella siempre era mesurada en todo, en cambio él era voraz-. Esa noche mágica también degustaron algunos cuadrados de galletas de soda sobre los que reposaba, en cada uno, un filete de arenque ahumado traído desde Rusia. Un descubrimiento que hizo Juan esa tarde en el supermercado. Cuando vio la lata negra, redonda, bellamente marcada con las letras doradas de ese alfabeto ininteligible y hermoso, supo que quería compartirla con Andrea.

Estaban entregados a los suyo como si estuvieran solos en el mundo. Conversaron incansables sobre asuntos personales de suma importancia. El aire grávido de deseos inconfesables podía cortarse con un cuchillo. Y, desde luego, este diálogo animadísimo incluyó algunos aspectos de sus vidas pasadas, presentes y futuras, permitiéndoles encontrar muchas más afinidades y coincidencias felices. Compartían gustos y preferencias, historias y pretensiones. Eran dichosos. Todo se veía bien aspectado, como dicen los expertos en astrología.

Mientras tanto, al fondo todavía se escuchaba la canción henchida de sabiduría, solo que Juan y Andrea no se habían percatado de ello. Ni siquiera cuando prosiguió la cantante de voz nítida en un solo maravilloso.

Tengo conciencia del daño que te hice.
Pero al mismo tiempo
no me siento responsable
de lo que pudiste pensar que fue coraje.
No fue nada más que miedo, miedo.

Y luego, en coro, el par de artistas legendarios continuaron con su interpretación maravillosa.

Te lo agradezco pero no.
Te lo agradezco, mira niña, pero no.
Yo ya logré dejarte aparte,
no hago otra cosa que olvidarte.
Te lo agradezco pero no.
Te lo agradezco, mira niño, pero no.
Yo ya logré dejarte aparte,
no hago otra cosa que olvidarte.

Pero, de repente, se enturbiaron los ojos románticos de Andrea. Parecía inminente que llorara. Entonces Juan, galante, y verdaderamente preocupado, le preguntó qué sucedía. A lo que ella respondió seca:

-Nada.

-Pero te pusiste triste, muy triste –dijo él al borde del pánico-.

Hasta que por fin, luego de un silencio incómodo que a él le pareció eterno, y lo angustió tanto que hasta se le aplacó inexplicablemente la leve euforia que el vodka le había causado, ella atinó a decir:

-Lo que pasa es que los hombres no tienen el carácter para ser fieles. Solo son capaces de dedicarse a una mujer cuando son ancianos, y ya no funcionan en la cama. El amor es un sentimiento pasajero: todo el mundo empieza enamorado hasta el fondo del alma, pero, al cabo de unos años, el uno termina tratando de matar al otro. Al principio todos somos amantes estupendos, incansables, creativos, pero con el tiempo nos volvemos pan viejo. Por eso los hombres siempre buscan nuevas conquistas y emociones. A ustedes les encanta la novedad.

-Pero, Andrea, eso es una generalización, hay muchas parejas que sí lo logran.

-Es posible –respondió ella pensativa, mientras servía un poco de hielo en el vaso de Juan, con la llegada de este tema espinoso el vodka se le terminó rápidamente-. Pero también es cierto que uno no sabe de la vida privada de la gente. Es imposible imaginarse la cantidad de problemas y humillaciones que tienen que sobrellevar las parejas para llegar a tener éxito a largo plazo.

-¿Y nosotros qué, mi amor? –fue lo único que Juan pudo decir, tratando de evitar que ella notara que estaba aterrorizado: le ardía la boca del estómago, tenía agrieras.

-Quiero darme la oportunidad de estar contigo. Pero me preocupa que me aburro de los hombres. Ningún amor me ha durado más de tres años. Me canso, empiezo a detestar la rutina, y hago hasta lo imposible para que se vuelvan locos y se vayan de una vez por todas. Inclusive eso me sucedió con mi exesposo. A los tres años de matrimonio, yo ya estaba que salía corriendo, entonces decidimos tener un hijo. Y tres años más tarde estábamos sentados en una notaría firmando los papeles que finiquitaron el divorcio. Por eso me he dedicado a educar a mi muchacho, a servir a mi familia y al trabajo que tantas satisfacciones me trae. El amor dejó de interesarme hasta que te conocí.

Juan no pudo ser más feliz:

-Te adoro Andrea. Sé que es raro decírtelo así, con tan poco tiempo de conocernos, pero no puedo evitarlo. Te volviste el centro de mi universo el día en que te vi por primera vez. Creo que se trata de un caso de amor a primera vista, a mi edad, cosa que me parece increíble, y estupenda al mismo tiempo.

A lo que Andrea respondió con voz casi imperceptible:

-Tú le das luz a mi vida, como nunca me había pasado. Por eso, aun cuando me muero del miedo, quiero darme la oportunidad de tener una relación rica contigo.

Y en el fondo se oía la voz ahogada del célebre cantante.

No hago otra cosa que olvidarte, corazón,
por la mañana temprano,
y luego en la tarde, en la noche
cuando estoy en el vacilón.
No puedo na' más que olvidarte, corazón.

Luego continuaron juntos los dos artistas reconocidísimos.

Te lo agradezco, pero no.
Te lo agradezco, mira niño, pero no.
Yo ya logré dejarte aparte,
no hago otra cosa que olvidarte.

Juan besó con fruición la boca de Andrea. Ella suspiró. Él insistió. Acariciaron sus cuerpos en llamas. Fueron silenciosos a la alcoba de ella, para no despertar al niño, y en su cama enorme, del tamaño de un ring de boxeo, hicieron el amor por primera vez en sus vidas, y con toda la entrega y la pasión que sus corazones atesoraron durante tantos años de soledad. Un penar silencioso que duró décadas. Tiempos terribles en que se extrañaron, el uno al otro, sin siquiera sin saber que existían. Un hambre que nunca habían podido saciar. Una sed terrible que apenas esa noche estelar se vino a calmar. Bástenos decir que durmieron juntos, entrelazados, agotados, aun cuando insatisfechos, tibios, en medio del estupor feliz del amor consumado a todo dar, después de haberse entregado a sus anchas, de haberse amado con la meticulosidad de un artesano.

Entre tanto, en el iPod de ella, que se había quedado olvidado en la cocina, el cantante terminó de interpretar la canción.

Te lo agradezco, corazón, pero no.
Pero ya te he dejado aparte
ahora ya no necesito más de ti.
Ya así estoy bien corazón,
no me vale que me vengas así llorando.
Una vez más,
te lo agradezco.
Tus ojos lindos, tu cuerpo bello,
lo siento niña pero no.
Al lado mío, siempre corazón.
Que cuando salga el sol
yo estaré ahí.
Y ahora vete, vete, vete,
vete al vacilón.

Después de la primera noche de amor entre Juan y Andrea una persona razonable habría dicho, como en la canción, “te lo agradezco pero no”, alejándose de la posibilidad de una relación romántica entre ellos. ¡Es indudable después de la advertencia de esa noche! Un hombre prudente, estoy seguro, habría reflexionado: “ella es escéptica del amor, no subestimes la tenacidad de las obsesiones, ten cuidado, vete antes de que la relación se afiance más, y todo sea más doloroso, simplemente dile: te lo agradezco pero no”. Por otro lado, una mujer equilibrada habría pensado, también estoy seguro: “es enamoradizo y elocuente, es romántico como un adolescente, es peligrosísimo, es un encantador de serpientes; en cambio tú eres delicada y sincera, necesitas de la alegría de un amor tranquilo, déjalo seguir adelante con su vida desordenada, simplemente dile, te lo agradezco pero no”. Incluso un psicoanalista recientemente graduado habría analizado: “esta relación surgió de las necesidades sadomasoquistas inconscientes de esta pareja neurótica: la primera noche de amor fue más una advertencia de lo que vendría adelante, que un encuentro amoroso; precisamente la certeza de que sufrirán fue los que los unió, de modo que les hace falta unas sesiones psicoanalíticas, habría sido más maduro que se dijeran, te lo agradezco pero no”. Sea lo que sea, para Juan y Andrea ya era tarde, estaban poseídos por la idiocia del enamoramiento, siguieron adelante con su relación sin considerar admoniciones: él caviló, “conmigo recuperará la fe en el amor”, mientras ella especuló, “me adora, me acepta como soy, su paciencia es ilimitada”.

Así que la parejita siguió adelante apasionada como ninguna. Se idolatraban. Pero, en la medida en que ella lo amó cada día más, al mismo tiempo se llenó de terror y de desconfianza. Amarlo la hacía vulnerable. Estaba fuera de control, como suspendida de las manos de él. En cualquier momento la dejaría caer, y se estrellaría catastróficamente contra el suelo. Y, como es natural, crecía en ella la certeza de que él era infiel. Hasta que llegó el día en que aseguró que él tenía una amante, una amante imaginaria, pues nunca logró confirmar ni rechazar la posibilidad de su existencia. En todo caso, se enraizó en ella una sospecha cada vez más arraigada y destructiva que originaba discusiones inacabables, circulares, al fin y al cabo era la palabra de él contra la de ella. Se parecían mucho a los debates prolongadísimos que tenían en Bizancio los doctores de la Santa Madre Iglesia sobre el sexo de los ángeles, o sobre cuántos de ellos cabrían en la cabeza de un alfiler. La relación se hizo fatigante. Cualquier cosa que él hiciera podía dar lugar a suspicacias.

Entre tanto él cada día la extrañaba más, y se entristecía más. Se volvió impaciente. Lo invadían sentimientos de futilidad y de impotencia. Entonces nació en él la noción de que algún día todo acabaría cuando menos lo esperara. Empezó a apreciar su privacidad, y a valorar su autonomía, mientras se preguntaba, “¿y cómo se hace para acariciar a un tigre?”.

Andrea, por su parte, notaba la ausencia de su mente. Oía incrédula sus explicaciones. Especulaba que el fresco estaba de cuerpo presente con el corazón en las manos de la otra, seguramente más joven y más bella, más fácil y más rica. Así transcurrieron los tres años que predijo ella que duraría la relación sentimental con Juan.

Una noche sucedió algo completamente indeseable. No vale la pena recrear la totalidad del combate vergonzoso y muy ruidoso que tuvieron en esa oportunidad. Cualquiera que haya estado en una relación de pareja desesperada y desgastada y agonizante sabe de sobra que luego de años de batallas estériles e inconclusas, sin vencedor ni derrotado, de los rencores que acarrean estas situaciones tan trágicas, todo motivo se vuelve un buen pretexto para un pleito doméstico con gritos y palabras cuidadosamente escogidas para herir al otro de la manera más despiadada. Y esta reyerta entre Juan y Andrea fue de antología. Hasta el punto que en el apogeo de riña, en medio del fragor, ella llegó al extremo de estrellar contra el muro frente a su cama enorme el control remoto del decodificador de la televisión por suscripción, lo lanzó llena de ira con la esperanza de matarlo de un solo golpe en la cabeza. No lo logró. Providencialmente Juan se salvó del atentado.

Él se quedó inmóvil, en silencio, desconcertado, contempló impotente, y muy triste, el control remoto que yacía en el suelo, sobre el tapete, como el cadáver de un animal disecado. Se abrió la carcasa. Al lado podía ver la tapita de las pilas y las dos baterías pequeñas y estilizadas que rodaron unos metros. Esa noche funesta Juan conoció la lámina de plástico verde con alambritos y algunos pocos puntos de soldadura que en los programas científicos televisados llaman circuitos integrados. Reconoció la hoja de goma transparente y flexible a donde figuran los botones con los números de los canales de televisión, así como los que se utilizan para operar el decodificador, para subir y bajar el volumen, para cambiar el canal, así como apagarlo o prenderlo, según sea el caso. Los demás botones nunca entendió Juan para qué servían, a decir verdad, nunca le interesaron. En todo caso, le pareció esta escena macabra un signo ominoso. Después de todo, no es natural para un mortal común y corriente, sin entrenamiento en ingeniería, conocer las entrañas del control remoto del decodificado de la televisión por suscripción luego que la señora lo haya destruido al lanzarlo iracunda contra la pared tratando de asesinarlo.

A la mañana siguiente Juan abrió los ojos antes de que saliera el sol. Solo escuchaba la respiración de Andrea y el trinar de los pajaritos, pensó:”hoy comienzas una nueva vida, no lo olvides”. En sus sueños había tomado la decisión de dar al traste con la relación. Por fin logró resolver la contradicción de cómo estar sin ella, recordarla, y siempre pensar en ella, a la vez que, por el otro lado, tenía muy presente por qué todo debía acabar. Sentía el coraje que exige una decisión de esta envergadura. Había dormido muy mal. Siempre le sucedía luego de una disputa de estas. Eventos muy desagradables que en su mayoría se presentaron en la alcoba de ella, en su cama de tamaño olímpico. Y entre más violentas eran, peor dormía, más avergonzado se sentía.

Esa mañana amaneció fatal. Estaba amargado, con opresión en el pecho y dolor en la nuca. En madrugadas como esa odiaba la vida. El desgaste de tratar de apaciguar sin éxito a Andrea le quitaba la alegría por completo. Para él era el tercer matrimonio, mientras que para ella, el segundo. Eran personas maduras con experiencia en el amor, gente mundana que sabía lo que quería. Ya habían superado la etapa reproductiva -que según los libros de autosuperación es un factor de riesgo para el romance, y en general para la vida en pareja-, y, como si fuera poco, cada uno tenía resuelto el problema económico por su lado, de manera independiente, de modo que en la teoría, la pareja de Juan y Andrea era de buen pronóstico. Al principio creyeron con sinceridad que juntos serían felices, a pesar de las reservas de ella. Pero no fue así. 

Rápidamente los momentos gloriosos de la relación se transformaron en un desastre, y lo que los mantuvo unidos fue el amor profundo que se profesaban, pero llegó el punto en que estar juntos era terrible, y alejarse era peor todavía. Hasta el extremo de que Juan, luego de vivir con Andrea, después de Patricia y de Sandra, sus otras dos exesposas, se sintió ahíto de mujeres, además le despertaban terror, ahora solo anhelaba la suerte de una muerte pacífica y solitaria. Ideas que surgieron entre su cabeza en esa madrugada quieto entre la cama junto a ella, hasta que por último se dijo: “desde que empecé a vivir con ella no oigo el Triple Concierto de Beethoven, ni leo un libro completo, jamás preparo un pan, a decir verdad, tampoco me acuesto a la hora que quiero, ni siquiera tomo leche entera como me gusta, solo bebo la deslactosada y descremada de ella”. Entonces Juan llegó a la conclusión tremenda de que todo estaba perdido entre ellos. Ya no valía la pena hacer ningún esfuerzo. Estaban frente a un problema de pareja que no tenía solución.

Por último Juan se paró de la gran cama. Se arregló y se fue a trabajar, mientras Andrea siguió durmiendo como un muerto. Intentó hablar con ella en varias oportunidades a lo largo de la mañana. No lo logró. No contestó a sus llamadas al celular de ella. Entonces le escribió el mensaje de texto que figura a continuación.

“Anoche cruzamos el umbral del no retorno. Cosa que me avergüenza, y lamento mucho. Tú ganas, yo pierdo muy para mi pesar porque sigo adorándote, pero tienes razón: el amor tiene una tendencia universal, y muy desesperante, a degradarse. En tus palabras tan características: acabemos ya con esto. Te doy las gracias por todo lo bueno que me diste, y te pido perdón por los incontables pesares que te causé.
Adiós, mi amor.”

Dos horas más tarde Andrea no daba señas de vida. Juan especuló que estaba enfurecida y ofendida porque él terminó con la relación de esa manera tan escueta. Ya la conocía, podía anticipar sus reacciones, ella se había vuelto conmovedoramente predecible. Entonces le escribió otra nota desde su teléfono inteligente.

“También perdóname por despedirme de ti con un mensaje de texto luego de tantas cosas maravillosas que vivimos juntos durante estos años, pero qué hago, a ti no te gusta hablar sobre esto, como sueles llamar a nuestra relación con gesto de asco, mucho menos comentas nuestros problemas, te parecen pequeñeces, ni siquiera contestas al teléfono.”

Desde entonces el silencio fue sepulcral. Nunca más volvieron a saber el uno del otro, como si la tierra se los hubiera tragado.

Y ahora un comentario para terminar. Esta historia de amor desdeñado acabó trágicamente luego de que la fatiga los agobiara. No hubo engaño alguno, la advertencia estaba ahí desde el principio. Cuando empezó la relación apasionadísima entre Juan y Andrea, antes de que cualquier agresión, insulto o afrenta se hubiera pronunciado, en la época en que los dos estaban nuevecitos con toda la ilusión y el deseo de ser felices juntos, ya se había puesto en marcha el plan maestro para destruir esta relación inolvidable. De manera que aun cuando hicieron todo lo que pudieron para estar juntos, la relación se les escapó de las manos inevitablemente. Se olvidaron el uno del otro, y pronto aprendieron a vivir por separado, luego dejaron de necesitarse, y, sobre todo, se odiaron entrañablemente. No creo que hayan vivido un minuto de paz mientras estuvieron juntos; eso sí, ratos inolvidables de satisfacción y alegría, tanto como de tristeza y dolor.

Tal vez lo que puede extraerse de este relato melancólico es que la relación amorosa no tiene vocación terapéutica ni pedagógica. Es más probable tener éxito cuando las personas tienen objetivos semejantes. Cuando las parejas caminan por el mismo sendero son una buena yunta. De manera que hay necesidad de reconocer y respetar todas las advertencias desde el principio. ¡Hay que poner atención! Claro que, por otro lado, algunos comentaristas podrían afirmar categóricos que no hay que pensarlo mucho, simplemente el destino de Juan y Andrea estaba escrito desde el principio, los dioses siempre supieron que la historia de este amor sería trágica, porque así es el destino, y había que vivirlo, era ineludible. No lo sé. Me parece que al final seguramente lamentaron haber compartido sus vidas, y si no lo hubieran hecho, también lo habrían lamentado. Te enamores o no te enamores, igual te pesará, esto es una ironía.